SOMOS



Cristianos.
Sólo eso.
Llamados por el Maestro a seguirle.
Desde distintas comunidades cristianas.
Son Iglesias hermanas.
Separadas por lo accesorio.
Y unidas en el centro, como radios de rueda confluyentes.
Unidas en Jesús, el Cristo.
Con la voluntad y la necesidad de encontrarnos en El.
Porque creemos que la gloria del Padre es que sus hijos estén unidos.
Sabemos que sólo El tiene el poder de juntarnos olvidando lo que nos separa.
En Taizé ha sido posible. Aquí, ¿por qué no?

Quienes se apunten a este camino,
quienes queráis regar esta semilla
...pasad y sentaos.




domingo, 1 de diciembre de 2013

Déjanos ver tu rostro

No hemos sido muchos este mes los que nos hemos juntado...pero eso no es importante. 
Con que sólo uno de los que acudan esa tarde encuentre luz en la oración, es suficiente.
Eleder nos prepara esta vez el encuentro con el Padre y nos explica que el mensaje que nos quiere transmitir es que Dios es amor y que eso es lo que alimenta su fe.
Para ello nos ofrece un precioso salmo, el evangelio de este domingo y un fragmento de la carta de Taizé  de 2012.
Reproduzco el salmo:

Señor del hombre y de la historia de los hombres,
que no me alcance el mal, que salga libre de la prueba;
sé tú mi refugio, el poder que actúa en mi debilidad,
y la fuerza que anima, paso a paso, mi flaqueza.

Tú me llevas en tus manos para que mi pié no tropiece;
tú guías mis pasos y haces llano mi sendero;
tú eres la luz que abre camino a mis noches:
contigo mi pobre corazón se mantiene entero.

Yo me abrazo a ti, señor, Dios mío: ¡Líbrame!
Tú conoces mi debilidad: ¡Ponme en tierra firme!
Permanece siempre a mi lado: ¡No me abandones!
Que tu salvación, Señor, sea fuerza que me anime.

A la sombra de tus alas, pongo mi vida, Señor.
Bajo la bondad y firmeza de tu ternura me cobijo.
Guárdame, defiéndeme, sé fuerte a mi lado,
que a pesar de todo, Señor, quiero ser siempre hijo tuyo.


Mientras unos caminan firmes en la fe, otros pasan por momentos oscuros. Son momentos en los que experimentas sólo tu debilidad, tu lejanía de la casa del Padre, tu sequedad interior, momentos en los que sólo queda rezar como en el salmo: Señor, sé tu mi refugio en mi debilidad, la fuerza que me anima, la luz de mis noches. ¡No me abandones! ¡Déjame ver tu rostro!

Pero es entonces cuando no podemos olvidar que el Padre nos quiere con locura, que cuando sólo vemos unas huellas en el camino es que El nos está llevando en brazos, que tiene su corazón lleno de nombres y uno de ellos es el nuestro.

Por eso seguimos buscándole. Creo que en épocas de desierto lo importante es no pararse y seguir caminando, aunque sea con paso cansado. Y seguir hambreando su rostro y su abrazo.
Y decirle como San Agustín:

Me llamaste, me gritaste e irrumpiste a través de mi sordera.
Brillaste, resplandeciste y acabaste con mi ceguera.
Te hiciste todo fragancia, y yo aspiré y suspiré por ti.

Te saboreé, y ahora tengo hambre y sed de ti.
Me tocaste, y ahora deseo tu abrazo ardientemente.




Os dejo con una versión moderna del salmo:


(La Agenda la tenéis actualizada)

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