SOMOS



Cristianos.
Sólo eso.
Llamados por el Maestro a seguirle.
Desde distintas comunidades cristianas.
Son Iglesias hermanas.
Separadas por lo accesorio.
Y unidas en el centro, como radios de rueda confluyentes.
Unidas en Jesús, el Cristo.
Con la voluntad y la necesidad de encontrarnos en El.
Porque creemos que la gloria del Padre es que sus hijos estén unidos.
Sabemos que sólo El tiene el poder de juntarnos olvidando lo que nos separa.
En Taizé ha sido posible. Aquí, ¿por qué no?

Quienes se apunten a este camino,
quienes queráis regar esta semilla
...pasad y sentaos.




martes, 26 de noviembre de 2019

¿Dónde está vuestra fe?

En octubre nos preparó la oración Eleder y estuvimos un rato a gusto en nuestra pequeña capilla.
El episodio de Jesús en la barca con sus discípulos fue el evangelio elegido. Y, como siempre, ese episodio habla también de nosotros. Habla de navegar, del flotar en nuestra tabla desnuda, del sólo riesgo de vivir. De los vientos, las tormentas, las marejadas.... cuando nuestro barquito de cáscara de nuez se empieza a mover demasiado...Cuando nos vemos agitados por olas que no conocíamos...Cuando empezamos a tener miedo...
Jesús, ¿por qué tardas tanto tiempo en despertarte? ¡No ves que te necesitamos! ¿Te has olvidado de nosotros?...¿Nos escuchas?

Pero Jesús acaba parando el viento y serenando las olas. Y hoy Dios sigue actuando en nuestras vidas.

Os dejo con unas palabras que nos relata de ese día Pedro, el discípulo de Jesús, y que leo en el libro Contar a Jesús, de Dolores Aleixandre:
"En la segunda luna de Pascua estábamos atravesando el lago en la barca de Pedro, cuando se levantó un viento que amenazaba tormenta. Él debía estar tan rendido que se había echado en popa, apoyando la cabeza sobre un rollo de cuerdas y se había quedado dormido. De pronto el cielo se oscureció, el viento arreciaba y comenzaron a formarse remolinos en el agua. Se desencadenó una terrible galerna y todos estábamos aterrados, nos dábamos órdenes unos a otros para achicar el agua y remábamos sin rumbo mientras las barca subía y bajaba como una cáscara de nuez en poder de las olas. Ninguno podíamos comprender cómo seguía él durmiendo tan tranquilo, así que me puse a zarandearle y le grité: "¿Es que no te importa que nos ahoguemos?". Se puso en pie y dijo con voz fuerte: "¡Silencio! ¿Dónde está vuestra fe?". Y no sé bien si nos lo estaba ordenando a nosotros, o al miedo que nos estaba dominando y que nos hundía en su abismo con mucha más fuerza que la amenaza de las olas.
Los enemigos que salían huyendo de nosotros se llamaban ahora temor, angustia y ansiedad, la palabra de Jesús ponía suelo bajo nuestros pies, nuestro pánico desaparecía y una sorprendente tranquilidad nos serenaba. El mar había comenzado a calmarse y ahora remábamos en silencio hacia la otra orilla, bajo las estrellas de un cielo despejado.
Y fue en ese momento cuando nos invadió un temor aún más profundo que el que habíamos sentido durante la tempestad. Nos dimos cuenta de que lo que estaba pidiendo de nosotros consistía en una confianza total, una seguridad absoluta en que la firmeza que él ofrece no es una recompensa a nuestro esfuerzo, sino un don que se nos regala gratuitamente cuando nos atrevemos a fiarnos de él en medio de las tormentas de la vida".