Me llamó la atención el silencio...absoluto, sin móviles, toses, ruidos externos, entradas tardías. Nada rompió el silencio profundo que se vivió esa tarde en nuestra pequeña capilla.
Y oramos y dimos gracias por la unidad de las comunidades cristianas en cualquier parte del mundo. Cristianos que han entendido que somos hijos de un mismo Dios y que nada nos impide orar o celebrar juntos, por encima de la exasperante lentitud de los procesos de acercamiento de los jerarcas cristianos.
Es la experiencia que desde hace unos años tienen dos comunidades de Santutxu, una evangélica y una católica. Comunidades que han visto que los cincuenta metros que les separaban no podían llevarles a vivir de espaldas uno de otro, simplemente por estar históricamente encasillados en un grupo religioso concreto.
Es una preciosa experiencia que ojalá sea germen para otros hermanamientos en otros puntos de nuestro territorio.
Por nuestra parte, este grupito de Taizé, además de apoyar toda experiencia similar, queremos seguir siendo un lugar de encuentro de cristianos diversos que quieran compartir su oración un ratito al mes.
Gracias.