Gracias a la invitación de dos viejas amigas he podido vivir esta Pascua con la comunidad Adsis, que nos acogieron a Toñi y a mí como a dos hermanos más.
Es difícil plasmar la cantidad de sentimientos que me han llenado estos días, pero ha sido una experiencia de encuentro con Jesús y con el Padre.
Encuentro en una mesa abierta y compartida, anticipo del Reino que Jesús nos enseña en sus comidas. Una mesa en la que, como dice Lucía Caram, la única condición para sentarse sea la de lavarnos los pies unos a otros. Y así lo recordamos el Jueves y ese recuerdo sabemos que es el principal legado que nos deja el Maestro.
Encuentro el Viernes con Jesús en la cruz y con nuestras cruces, que nos duelen, nos bloquean, nos hacen vivir con miedo. Y también encuentro con las cruces de los crucificados de nuestra sociedad, los que viven en los márgenes de los caminos, los que viven sin esperanza porque el peso de su cruz les aplasta.
Y encuentro en la vigilia pascual con Jesús resucitado en el fuego, el agua y la Palabra, que nos restauran y nos devuelven a la vida con un corazón distinto.
Lo celebrábamos en Artxanda y mientras el fuego de la hoguera iluminaba la noche, abajo en San Mamés otra religión tenía su culto en el famoso derby, y oíamos a sus fieles vitoreando. Y yo pensaba que bastaría que toda aquella gente, y la que seguía en sus casas ese encuentro, se uniese para gritar con la misma fuerza por la paz, o el 0.7, o contra la xenofobia, y así cambiar un poco nuestro mundo.
Comenzamos leyendo en la oscuridad testimonios de nuestras propias vidas, que identificaban nuestras noches y nuestras cruces. Y al encender la hoguera leímos otros retazos de historias de vida que cambiaban el signo de la noche en luz para nuestro camino.
Ese fuego nos atrapó la mirada durante un buen rato y también arrancó alguna lágrima, porque lo que allí se vivía tocaba nuestro corazón en lo más profundo. Queríamos quemar en el fuego nuestro hombre viejo, el que nos hacía vivir en la noche y en el miedo y a la vez le pedimos al Padre que el fuego de su amor nos quemase por dentro, y no se apagase, para que así pudiesemos vivir de verdad como resucitados.
SOMOS
Cristianos.
Sólo eso.
Llamados por el Maestro a seguirle.
Desde distintas comunidades cristianas.
Son Iglesias hermanas.
Separadas por lo accesorio.
Y unidas en el centro, como radios de rueda confluyentes.
Unidas en Jesús, el Cristo.
Con la voluntad y la necesidad de encontrarnos en El.
Porque creemos que la gloria del Padre es que sus hijos estén unidos.
Sabemos que sólo El tiene el poder de juntarnos olvidando lo que nos separa.
En Taizé ha sido posible. Aquí, ¿por qué no?
Quienes se apunten a este camino,
quienes queráis regar esta semilla
...pasad y sentaos.
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