Ayer nos juntamos alrededor de una docena de personas. Al que preparaba se le notaba nervioso: las fotocopias, la música, la guitarra, las canciones, los lectores,...A decir verdad, no es fácil relajarse y disfrutar así. Eso es lo que tiene preparar una oración un mes, pero todos sabemos que esas tareas puntuales o mensuales conllevan un servicio al grupo con generosidad.
Hubo canciones escuchadas. A mí me gustan más, y eso que soy el de la guitarra. Es que, sinceramente, no somos lo que se dice un grupo cantor; se suelen escuchar 3 o 4 voces y además muchos cantos son difíciles de tocar y de cantar por sus tonos. No hay más instrumentos, no los cantamos a varias voces, la adaptación a la guitarra no siempre es buena...Y a veces siento que los cantos descentran más que otra cosa. Por eso muchas veces el escuchar un coro con los cantos auténticos te mete más en la oración y puedes aprovechar para orar. No sé, sería tema para debatir en la tertulia un día o para dejar comentarios a este texto al final.
Bueno, basta de pegas....porque no sé si os pasó también a vosotros, pero yo salí encantado. Y sobre todo fue por el momento mágico de la oración compartida. Es una pura bendición el poder ser partícipe de la hondura de la oración de los hermanos. Fresca, sincera, espontánea, sin discursos preparados, sin autoescucha,...sólo unas pocas palabras dejando hablar al corazón. Gracias a todos los que compartisteis vuestra oración al Padre, por vuestra generosidad.
Unirse en silencio a las palabras de los otros es una fuerza invisible y poderosa que crea fraternidad. Me gusta en el mundo evangélico y pentecostal cómo cuando uno comparte su oración, el resto de los hermanos, a la vez, le acompaña dando gracias en alto o diciendo amén en el medio o al final de esa oración.
El tema de la nuestra esta vez era "Muéstrame tu rostro". Comenzamos invocando al Espíritu con una canción, dando paso a un salmo en que expresamos nuestra sed de Dios.
A veces sentimos su ausencia y parece que se nos esconde su rostro. Momentos de desierto en el que nos preguntamos por qué tuvimos que salir de Egipto, por qué tenemos que luchar contracorriente, por qué caminamos tristes como si hubieran matado a nuestro Señor, por qué ya parece que no está con nosotros, por qué no acertamos a verle en nuestra vida diaria...
Pero, como decíamos en nuestra oración compartida, sólo aquél que se pregunta estas cosas también descubre que no puede sino seguir buscando sus huellas porque una vez aquel galileo le robó el corazón. Sólo aquellos que le hemos conocido nos preguntamos: ¿A dónde iremos Señor? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna.
Y seguimos cantando: En ti Señor reposa todo mi ser. He sido amado por ti.
Después Dolores Aleixandre nos proponía un texto para superar nuestra sensación de ausencia:
"En un rato tranquilo, haz memoria de momentos o épocas de tu vida en los que has estado a punto de alejarte de Jesús y de su comunidad, o incluso has llegado a abandonar por una crisis de fe, por rebeldía, por situaciones personales difíciles...
Recuerda alguno de esos momentos y la experiencia que viviste
de falta de sentido, de ausencia o lejanía de tu verdadero centro. Reconoce en
la trayectoria, a aquellos discípulos de Emaús, tu propia trayectoria de
búsqueda de vida verdadera: ellos han vivido en su propia carne cómo huir de la
cruz para asegurarse, traicionar para salvarse, alejarse decepcionados... Pero
eso no les ha dado vida verdadera, sino insatisfacción y vacío.
Recuerda también fueron
los caminos misteriosos por los que volviste (o sientes el deseo de volver...)
a Jesús: personas, acontecimientos, palabras... Y cómo el Resucitado se ha
hecho tantas veces el encontradizo contigo para devolverte la alegría, la paz,
el perdón, el sentido...
Deja que fluyan en tu corazón el agradecimiento y la alabanza
por la vivencia, tantas veces renovada, de reencuentro con Jesús y su
evangelio, por la alegría de hacer la experiencia de que es posible la relación
auténtica con los demás, de que vale la pena luchar por un mundo más humano y
fraterno.
Repite una y otra vez: “Señor ¿a quién vamos a ir? Sólo, Tú tienes Palabras de Vida Eterna...”
Repite una y otra vez: “Señor ¿a quién vamos a ir? Sólo, Tú tienes Palabras de Vida Eterna...”
Pues aquí nos quedamos, dando gracias por las maneras en las que Jesús se ha hecho el encontradizo con nosotros en el camino para devolvernos la alegría, la paz interior, el sentido....
Que estas vacaciones le sepamos descubrir cada día a nuestro lado.
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡FELIZ VERANO!!!!!!!!!!!!!
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