No queda nadie que acompañe al crucificado en la noche y en el dolor.
¡Qué solos se quedan los crucificados!
Tampoco parece estar Dios en la escena.
¿DÓNDE ESTÁS DIOS?
Hasta su Hijo por un momento siente su ausencia en la Cruz.
¡Qué duro se nos hace el silencio de Dios cuando el sufrimiento nos atenaza!
Parece que se nos mueven las tablas bajo nuestros pies.
Pero ¿es que Dios no tiene derecho a guardar silencio?
¿Es que no puede guardar duelo por la muerte de su Hijo y por todos los crucificados?
Dios Padre sufre la muerte de Jesús y su silencio es expresión de dicho sufrimiento.
También a nosotros para las realidades y las experiencias más hondas sólo nos queda el silencio.
Nos gustaría un Dios todopoderoso y omnipotente.
Un Dios que nos librase de nuestras cruces, y que de paso mandase unas avispas para picar a los sinvergüenzas.
Pero su fuerza se manifiesta en su debilidad, que se expresa en el pesebre y en la cruz.
Y ante esa cruz, en este Sábado Santo, a nosotros también nos queda contemplar en silencio.
Un silencio de comunión con la Pasión de Jesús.
Un silencio de comunión con mi sufrimiento compartido por Él.
Un silencio de comunión con los expulsados del sistema, los excluidos de nuestra mesa, los abandonados en los márgenes del camino.
Hagamos silencio de confianza entregada al Dios crucificado.
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