SOMOS



Cristianos.
Sólo eso.
Llamados por el Maestro a seguirle.
Desde distintas comunidades cristianas.
Son Iglesias hermanas.
Separadas por lo accesorio.
Y unidas en el centro, como radios de rueda confluyentes.
Unidas en Jesús, el Cristo.
Con la voluntad y la necesidad de encontrarnos en El.
Porque creemos que la gloria del Padre es que sus hijos estén unidos.
Sabemos que sólo El tiene el poder de juntarnos olvidando lo que nos separa.
En Taizé ha sido posible. Aquí, ¿por qué no?

Quienes se apunten a este camino,
quienes queráis regar esta semilla
...pasad y sentaos.




jueves, 19 de junio de 2014

Renovarse o morir

ESTANCADOS
José Antonio Pagola

17/06/14.- El Papa Francisco está repitiendo que los miedos, las dudas, la falta de audacia... pueden impedir de raíz impulsar la renovación que necesita hoy la Iglesia. En su Exhortación “La alegría del Evangelio” llega a decir que, si quedamos paralizados por el miedo, una vez más podemos quedarnos simplemente en “espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia”.
Sus palabras hacen pensar. ¿Qué podemos percibir entre nosotros? ¿ Nos estamos movilizando para reavivar la fe de nuestras comunidades cristianas, o seguimos instalados en ese “estancamiento infecundo” del que habla Francisco? ¿Dónde podemos encontrar fuerzas para reaccionar?
Una de las grandes aportaciones del Concilio fue impulsar el paso desde la “misa”, entendida como una obligación individual para cumplir un precepto sagrado, hacia la “eucaristía” vivida como celebración gozosa de toda la comunidad para alimentar su fe, crecer en fraternidad y reavivar su esperanza en Cristo.
Sin duda, a lo largo de estos años, hemos dado pasos muy importantes. Quedan muy lejos aquellas misas celebradas en latín en las que el sacerdote “decía” la misa y el pueblo cristiano venía a “oír” la misa o “asistir” a la celebración. Pero, ¿no estamos celebrando la eucaristía de manera rutinaria y aburrida?
Hay un hecho innegable. La gente se está alejando de manera imparable de la práctica dominical porque no encuentra en nuestras celebraciones el clima, la palabra clara, el rito expresivo, la acogida estimulante que necesita para alimentar su fe débil y vacilante.
Sin duda, todos, pastores y creyentes, nos hemos de preguntar qué estamos haciendo para que la eucaristía sea, como quiere el Concilio, “centro y cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana”. Pero, ¿basta la buena voluntad de las parroquias o la creatividad aislada de algunos, sin más criterios de renovación?
La Cena del Señor es demasiado importante para que dejemos que se siga “perdiendo”, como “espectadores de un estancamiento infecundo” ¿No es la eucaristía el centro de la vida cristiana”. ¿Cómo permanece tan callada e inmóvil la jerarquía? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación y nuestro dolor con más fuerza?
El problema es grave. ¿Hemos de seguir “estancados” en un modo de celebración eucarística, tan poco atractivo para los hombres y mujeres de hoy? ¿Es esta liturgia que venimos repitiendo desde hace siglos la que mejor puede ayudarnos a actualizar aquella cena memorable de Jesús donde se concentra de modo admirable el núcleo de nuestra fe?                                      

domingo, 1 de junio de 2014

Quitando losas

Estuvimos poquitos este viernes de mayo. Quizá empieza a pesar el curso y andamos liados en mil cosas. Pero a algunos Alguien nos llevó a esa capilla en la que una vez al mes descansamos de la fatiga del camino. También sé que algunos históricos de nuestros encuentros, a miles de kilómetros de distancia buscaban una iglesia para unirse en espíritu esa tarde a nuestra oración.
Además nos visitó gente nueva, buscadores, como somos todos, ávidos de descubrir fuentes nuevas que apaguen nuestra sed.
A través de unas lecturas hicimos escucha de lo que el Resucitado puede cambiar nuestras vidas. Dejamos un rato de silencio para tratar de oír lo que Él nos susurra al oído y luego dejamos un espacio para compartir nuestra oración con los demás.
Este último compartir no a modo de reflexión o de pensamiento que se expone ante los demás (se lo trataba de explicar así el viernes a una persona al final de la oración) sino como oración personal que hago en alta voz y que comparto con los otros. Y por lo tanto su expresión será el reflejo de a quién me dirijo: "Yo Padre quiero poner en tus manos esta tarde...", "Te doy gracias Padre por...", "Gracias Jesús por..." o expresiones similares. Y no, como a veces oímos en algunos grupos: "Yo pienso que..", "A mí me parece...", o incluso "Yo siento que...", porque sí comparten opiniones, incluso sentimientos, pero olvidan que estamos orando y es a Él a quien nos dirigimos.

Escogimos esta vez el relato de la visita al sepulcro. Y esa historia es también nuestra historia. Somos como esas tres mujeres que se acercan al sepulcro, tristes, después de que han matado a su Maestro y con Él la ilusión y la esperanza que les había traído. También como ellas nos preguntamos de forma figurada: ¿quién nos descorrerá la losa? Quién nos ayudará a pasar de nuevo de la muerte a la vida. Quién nos devolverá la ilusión que un día encontramos en Jesús y su palabra. Quién nos traerá de nuevo la ilusión por construir un Reino que tantas veces hemos intentado. Quién nos hará recuperar la confianza en una Iglesia anquilosada y alejada del verdadero espíritu de Jesús. Quién nos contagiará su fuerza, su esperanza, su confianza en que es posible cambiar las cosas y cambiar nuestro corazón. Quién nos devolverá el sentido de nuestras vidas.
Correr las losas pesadas de nuestro presente o nuestro pasado...

Pero entonces, es la palabra del ángel, como la de Jesús, la que resuena como un eco:
                                               "No tengáis miedo"

El miedo es lo contrario a la fe. Atrapa. Esclaviza. Inmoviliza.
Pero a veces es difícil salir de él...

Necesitamos sentarnos juntos, al calor de su memoria y sus palabras, y decirle "quédate con nosotros porque anochece". Y reconocerle en el pan y la Palabra compartidas.
Por eso nos juntamos cada mes, porque creemos que Jesús está vivo cuando dos o más nos reunimos en su nombre.