CRUCIFICADO CON LOS CRUCIFICADOS
ANTE EL
CRUCIFICADO (JOSÉ ANTONIO
PAGOLA)
Detenido por las fuerzas de seguridad del Templo, Jesús no tiene ya duda alguna: el Padre no ha escuchado sus deseos de seguir viviendo; sus discípulos huyen buscando su propia seguridad. Está solo. Sus proyectos se desvanecen. Le espera la ejecución.
(...) Marcos recoge
un grito dramático del crucificado: "¡Dios mío. Dios mío! ¿por qué me has
abandonado?". Estas palabras pronunciadas en medio de la soledad y el
abandono más total, son de una sinceridad abrumadora. Jesús siente que su Padre
querido lo está abandonando. ¿Por qué? Jesús se queja de su silencio. ¿Dónde
está? ¿Por qué se calla?
Este grito de
Jesús, identificado con todas las víctimas de la historia, pidiendo a Dios
alguna explicación a tanta injusticia, abandono y sufrimiento, queda en labios
del crucificado reclamando una respuesta de Dios más allá de la muerte: Dios
nuestro, ¿por qué nos abandonas? ¿no vas a responder nunca a los gritos y
quejidos de los inocentes?
Lucas recoge
una última palabra de Jesús. A pesar de su angustia mortal, Jesús mantiene
hasta el final su confianza en el Padre. Sus palabras son ahora casi un
susurro: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu". Nada ni nadie
lo ha podido separar de él. El Padre ha estado animando con su espíritu toda su
vida. Terminada su misión, Jesús lo deja todo en sus manos. El Padre romperá su
silencio y lo resucitará.